jueves, 12 de enero de 2012

La tiranía de la penitencia: ensayo sobre el masoquismo occidental...

         "El mundo entero nos odia y nos lo merecemos", en esta frase se resume vulgarmente el contenido de uno de los más conocidos ensayos de Pascal Bruckner, filósofo y novelista francés.

El autor nos destripa la moral del hombre blanco-occidental de los últimos tiempos, buscando con escrúpulo la razón por la que el hombre occidental, con devoción y orgullo, se lleva torturando durante tanto tiempo ante el resto del planeta, mientras nuestras filosofías nos vigilan de cerca, constantemente, preparadas para disparar contra sus propios fieles. Estas filosofías, tomadas por un preocupante poso cristiano, están cargadas con un combustible llamado culpabilidad dispuestas a prender fuego a todo lo que se encuentren.



La caída del Hombre, 1628-29, por Peter Paul Rubens, en el Museo del Prado (Madrid).
Adán, sentado, trata de impedir que Eva tome la manzana del árbol prohibido ofrecida por la serpiente.
La escena está basada la narración del Antiguo Testamento (Génesis 3, 1-6) sobre la caída del Hombre cuando,
tras incumplir los mandatos de Dios, Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso.



Nuestro camino tiene dos caras. La primera, aquella en la que nos reflejamos nosotros mismos,  nos conduce a una senda, la senda del silencio. El silencio que sentencia nuestras democracias y les de la espalda. La otra cara nos lleva a la indulgencia. Indulgencia con aquellas dictaduras propias de otra época, y ante las que no nos encontramos con autoridad moral para decir nada negativo, bastante tenemos con esconder con disimulo nuestras vergüenzas…

También existen dos tipos de hombres blancos. El bueno, el europeo, aquél que muestra su arrepentimiento y lava las miserias del pasado en público, ante la llamada de Asía, África y Sudamérica que reclaman su butacón en primera fila por derecho propio. El otro es el hombre blanco norteamericano, el malo de esta historia, dominador, intervencionista y violento, de este ni siquiera nos atreveremos a hablar.

Tanto norteamericanos como europeos somos mentados por Bruckner como claros ejemplos de esta conducta, en razón a casos como los atentados del 11S (New York), donde tanto occidentales como no occidentales justificaron las matanzas de las torres gemelas argumentando que simplemente era un efecto de las políticas internacionales norteamericanas.

Otro ejemplo aún más evidente fueron los atentados del 11M (Madrid). Doscientos muertos a manos de células de Al-Qaeda, casi un millón de personas se reúnen en la capital española, muchas miradas y protestas fueron puestas sobre estas células terroristas, pero la gran mayoría de los dedos apuntaban hacia el ex presidente español José María Aznar por el apoyo ofrecido a Norteamérica durante la Guerra de Irak. Es decir, nosotros mismos nos culpamos de nuestras victimas a manos de terroristas venidos de países lejanos... más penitencia… más sumisión…

Todos estos pensamientos nos llevan a un callejón sin salida, donde nos encontramos con una deuda eterna a pagar, producto de nuestras filosofías y religiones. Sin duda este no es el camino, hemos hecho cosas horribles, pero también cosas grandiosas, al igual que todas las culturas. Sin embargo nadie señala al resto, preferimos señalarnos a nosotros mismos antes que señalar a nadie más. Debemos dejar de pagar esta hipoteca moral sin fin. Nuestras generaciones actuales no tienen culpa del bien o del mal hecho en el pasado. Somos un mundo nuevo, con diferentes actores, el pasado ha quedado atrás en el lugar donde le corresponde estar. Comprender este dilema, acotar este problema moral y ofrecer recursos para ponerle remedio es, sin duda, el fin de este libro.




Esta entrada, la primera en una serie de futuras colaboraciones, tiene por autor a Jonás Ordóñez. Filósofo, insaciable viajero y consumado lector,  sus visitas y estancias en varias decenas de países le proporcionan una perspectiva multicultural y una visión global de las cuestiones de actualidad. Su próximo viaje comenzará en Moscú para arribar a Pekín, recorriendo en tren parte de la ruta transiberiana.



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