viernes, 27 de abril de 2012

Sobre el dinosaurio criollo en la Formación La Quinta, Táchira (Venezuela): Lesothosaurus vs Fabrosaurus...

En la parte norte de Sudamérica los restos de dinosaurios son excepcionalmente escasos lo que ha venido haciendo dificultoso la investigación sobre la fauna jurásica en estas tierras. El único dinosaurio conocido en Venezuela fue hallado en 1992 por un grupo de investigadores en el estado Táchira, muy cerca de La Grita, municipio de Jáuregui, en lo que se conoce como la Formación La Quinta. El equipo investigador, formado por D. E. Russell, O. O. Rivas, B. Battail y D. A. Russell, se encontraba en la zona en misión de reconocimiento donde, sin aún hoy saber si de forma accidental o fruto de una búsqueda sistematizada, fueron encontradas algunas vértebras de ornitisquio (los de “cadera de ave”) que posteriormente se identificaron como pertenecientes a la especie Lesothosaurus y con una antigüedad, depende de los autores, entre 175 y 208 millones de años, Jurásico Medio a Inferior. Las muestras se encuentran desde entonces en París, por no existir en Venezuela paleontólogos expertos en la reparación de piezas fósiles, y existe un compromiso, aun no cumplido, para su regreso a Venezuela una vez finalizada la restauración a la que están siendo sometidas.



 Recreación artística de Lesothosaurs/Fabrosaurus.


 
El ejemplar de la Formación La Quinta fue el primer dinosaurio descrito en la prestigiosa revista de la Academia de Ciencias de París mediante el paper Découverte de vertébrés fossiles dans la Formation de La Quinta, Jurassique du Vénézuéla occidental [Discovery of fossil vertebrates in the La Quinta Formation, Jurassic of western Venezuela]. Por su parte, el investigador francés Paul Sereno fue el encargado de presentar el fósil del dinosaurio tras su ubicación taxonómica como Lesothosaurus diagnosticus (Galton, 1978), ya que antes del hallazgo del espécimen venezolano, el propio Sereno había descubierto en Sudáfrica el dinosaurio Lesothosaurus que es prácticamente igual y con todas las características al encontrado en Venezuela (recuérdese que África y Sudamérica están unidas en el Jurásico Inferior). Sin embargo, en el IV Congreso Europeo sobre Paleontología de Vertebrados celebrado en España en 1999, el paleontólogo Fabien Knoll, del Museo de Historia Natural de Paris, sugirió que el Lesothosaurus venezolano pertenece en realidad a otro género de la familia Fabrosauridae.




 
 Situación de la Formación La Quinta antes de la separación de Pangea.



El primer Lesothosaurus fue descubierto en la Formación Ellio Superior, en Lesotho, Sudáfrica, en el distrito de Mafeteng. Poco más largo que un pavo doméstico, nunca más de un metro de longitud ni medio metro de alto, fue uno de los dinosaurios más pequeños que existieron y una de las presas más inmediatas. Tenía una cabeza de cráneo pequeño, en el que se supone que albergaba una bolsa lateral, situada delante del ojo, contenedora de una glándula de sal. Probablemente en sus pequeños carrillos carnosos disponía de numerosos dientes de bordes afilados parecidos a puntas de flecha, adaptados para pacer o cortar en vez de para triturar, con los que desmenuzaba los brotes duros y leñosos de las plantas antes de engullirlas y un pico profundo en el hocico. Aparte de un más que probable espacioso estómago, el pequeño fitófago era de constitución ligera, con un cuello delgado, brazos cortos y garras de cinco dedos, con el quinto más corto que los restantes, largas tibias en las patas y tres dedos en sus pies. La estructura de su cadera ya era análoga a la de las aves: el pubis, como el isquion, se dirigía hacia atrás, y el acetábulo se había transformado en una abertura ancha. Los tendones y huesos que rigidizaban su cola contrarrestaban el balanceo transmitido al cuerpo por las caderas en la carrera, durante la cual cuello, espalda y cola formaban una línea recta.

Lesothosaurus, de pronunciados hábitos gregarios, podía haber pastado a cuatro patas, cortando con su rígido pico las hojas y tallos de las plantas bajas que constituían su alimento. Mientras comía, de cuando en cuando, podría levantar la cabeza para observar a su alrededor y huir corriendo de cualquier depredador, terópodos principalmente, que apareciera repentinamente. A juzgar por sus largas tibias y cortos fémures, Lesothosaurus sería un excelente esprínter que alcanzaría una velocidad cercana a los 40 km/h.

Al igual que algunos ornistiquios primitivos, Lesothosaurus evolucionó hacia otros dinosaurios vegetarianos bípedos y aunque anteriormente se le consideró un tipo muy primitivo de ornitópodo (uno de los primeros miembros del mismo grupo que otros géneros más tardíos como los hadrosaurios o Iguanodón), hoy en día se considera que apareció demasiado pronto para ser un ornitópodo y se clasifica como un pre-ornitópodo en un grupo propio sin parientes próximos.



 Comparación corporal entre una gallina doméstica y Lesothosaurus/Fabrosaurus.



Es posible que los huesos fósiles asignados a Lesothosaurus en 1978 sean los mismos que los del Fabrosaurus, reptil de Fabre, nombrado en 1964 a partir de algunos dientes y un trozo mal conservado de mandíbula inferior encontrados por Leonard Ginsburg. Aunque evidencias fósiles posteriores llevan a muchos expertos a distinguir entre Fabrosaurus y Lesothosaurus, descubierto después, otras muchas autoridades consideran razonable que las dos criaturas sean el mismo animal. Dado que los restos de Fabrosaurus se encuentran en paupérrimas condiciones, no es posible tomar una decisión firme al respecto. Si con el tiempo se concluye en que se trata de la misma especie, será designado únicamente como Fabrosaurus, su nombre más antiguo, por estar así establecido en la nomenclatura binomial desde tiempos de Linneo.

La flora fósil y los invertebrados hallados en la Formación La Quinta revelan ecosistemas continentales y de agua dulce y salada, incluyendo llanuras aluviales, pantanos, lagunas de agua dulce y extensiones semi-áridas. Además, por su edad y ubicación geográfica, la Formación La Quinta tiene el potencial de proporcionar una importante ventana a la evolución de los dinosaurios y paleobiogeografía en Sudamérica. Aunque la mayor parte de los restos fósiles hallados se atribuyeron inicialmente a un único dinosaurio, los trabajos recientes sugieren que más de un taxón de dinosaurios pueda estar representado en las muestras.

Así también se deduce tras los trabajos realizados con posterioridad al equipo francés por John M. Moody (profesor de Geología en la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela), quien tras enterarse por las revistas del hallazgo del equipo francés exploró el lugar acompañado de algunos de sus estudiantes, obteniendo una nutrida colección de elementos dentales, craneales y postcraneales de dinosaurio. Aunque los distintos elementos están desarticulados y su asociación se antoja complicada, por lo menos dos taxones distintos parecen estar presentes. Sin embargo, los dientes hallados por el equipo de Moody son ligeramente diferentes de los de los ornitisquios. Estas muestras halladas por el equipo zuliano se encuentran incorporadas al Museo de Biología de la Universidad del Zulia. Serían necesarios estudios detallados y comparaciones adicionales para dar luz a la asignación filogenética de la posible nueva especie de dinosaurio.



 Esqueleto y otros detalles de la estructura ósea de Lesothosaurus/Fabrosaurus.



  • D. B. Weishampel, P. M. Barrett, R. A. Coria, J. Le Loeuff, X. Xu, X. Zhao, A. Sahni, E. M. P. Gomani, and C. R. Noto. 2004. Dinosaur distribution. In D. B. Weishampel, H. Osmolska, and P. Dodson (eds.), The Dinosauria (2nd edition). University of California Press, Berkeley 517-606
  • F. E. Novas. The Age of Dinosaurs in South America. 2009. Indiana University Press
  • D. E. Russell, O. O. Rivas, B. Battail and D. A. Russell. 1992. Découverte de vertébrés fossiles dans la Formation de La Quinta, Jurassique du Vénézuéla occidental [Discovery of fossil vertebrates in the La Quinta Formation, Jurassic of western Venezuela]. Comptes Rendus de l'Académie des Sciences, Paris, Série II 314:1247-1252
  • M. R. Sanchez-Villagra and J. M. Clark. 1994. An ornithischian from the Jurassic of the Venezuelan Andes. Journal of Vertebrate Paleontology 14(3, suppl.):44ª
  • F. Knoll. 2002. Nearly complete skull of Lesothosaurus (Dinosauria: Ornithischia) from the Upper Elliot Formation (Lower Jurassic: Hettangian) of Lesotho. Journal of Vertebrate Paleontology, 22, 2,238-243
  • P. C. Sereno. 1984. The phylogeny of the Ornithischia: A reappraisal. In: Reif, W.-E., and Westphal, F. (eds.), 3d Symp. Mesozoic Terr. Ecosyst. Short Pap. Attempto Verlag, Tübingen. Pp. 219-226
  • P. C. Sereno. 1991. Lesothosaurus, “Fabrosaurids”, and the Early Evolution of Ornithischia. Journal of Vertebrate Paleontology, Vol 11, No. 2, Pp. 168-197
  • BARRETT et al. 2008, Dinosaur remains from the La Quinta Formation (Lower or Middle Jurassic) of the Venezuelan Andes. Paläontologische Zeitschrift. Vol. 82/2, p. 163–177

          Agradezco enormemente las indicaciones ofrecidas para realizar esta investigación a la profesora Reina Durán, arqueóloga, antropóloga y fundadora-directora del Museo Arqueológico del Táchira (Venezuela).


miércoles, 25 de abril de 2012

Sobre San Marcos en el monasterio ortodoxo de Néa Moní (Grecia)...

          Hoy 25 de abril, onomástica de quien publica este blog, recupero este deteriorado mosaico del siglo XI que se puede contemplar en el monasterio ortodoxo de Néa Moní, situado en la isla griega de Quíos y reconocido por la UNESCO desde 1990 como Patrimonio de la Humanidad.

          El techo de la iglesia principal de Néa Moní está recubierto por numerosos mosaicos dorados datados en el siglo XI, correspondientes principalmente al periodo 1042-1056, y es una de las tres únicas colecciones restantes, junto con Dafni y Osios Loukás, del legado bizantino en Grecia. A causa de un terremoto en 1881 una gran parte de esta colección de mosaicos resultó dañada y fue en 1960 cuando se inició la restauración que actualmente se puede observar.



San Marcos, mosaico del siglo XI y autor desconocido.

viernes, 20 de abril de 2012

Sobre la hibridación entre neandertales (Homo neanderthalensis) y humanos modernos (Homo sapiens)… ¿anécdota o romanticismo? (1 de 3)


          La posibilidad de hibridación entre neandertales (Homo neanderthalensis) y humanos modernos (Homo sapiens) –es decir, iguales a nosotros– o, lo que es lo mismo, la mezcla genética entre ambas especies, viene siendo pregunta recurrente entre especialistas y estudiosos de la evolución humana. ¿Se reprodujeron entre sí los dos grupos humanos? A esta cuestión se venía respondiendo, como bien apunta Antonio Rosas en Los neandertales (2010), en una gradación con tres niveles en la intensidad del cruzamiento: a) no hubo entrecruzamiento, b) existió cierto intercambio genético, pero la influencia neandertal quedó asimilada en el acervo genético de los humanos modernos, y c) el entrecruzamiento fue total dando lugar a una fusión de los genomas. Existe una cuarta vía, sin implicación evolutiva alguna, consistente en la posibilidad de cruzamiento con descendencia estéril, por proceder de dos especies distintas (tanto según el criterio genético más clásico como según el concepto evolutivo de especie propuesto por George Gaylord Simpson en Tempo and mode in evolution, su neodarwinista e influyente obra de 1944, clave para comprender el desarrollo y la historia de la teoría sintética de la evolución).




Neandertal con hijo, dibujo de Sonia Cabello.



Determinados investigadores basan la defensa de la hibridación en dos particularidades morfológicas. De un lado, la supuesta existencia de caracteres típicamente neandertales en los cromañones (sí, es lo mismo que decir sapiens). Del otro, en la reaparición en estos últimos de caracteres primitivos teóricamente ya perdidos por sus antepasados. En ambos casos, la presencia en los cromañones de estos dos tipos de caracteres estaría determinada por el efecto de los genes neandertales incorporados por hibridación en el acervo sapiens. Desafortunadamente, la muestra paleontológica es tan reducida que no permite falsar esta hipótesis con un cierto grado de verosimilitud. Los más antiguos fósiles humanos de morfología moderna se localizan en Rumanía, en la localidad de Pestera cu Oase, con una datación estimada de hace unos 41.000 años. Con edades ligeramente menores se encuentra Brassempouy (Francia), así como Cioclovina y Pestera Muierii (ambos en Rumanía), Mladeč (República Checa) y La Quina Aval y Les Rois (ambos en Francia).

Algunos ejemplos muy debatidos en la literatura especializada han sido la prominencia mesofacial de uno de los modernos de Predmost o la presencia de chignon o moño occipital en algunos especímenes del Paleolítico Superior temprano (por ejemplo, Mladeč). Esta última configuración de la parte posterior del cráneo es constante en los neandertales y su presencia en los cromañones sería evidencia de una posible aportación genética de los primeros. Por su parte, los opositores a la hibridación sostienen que los caracteres típicamente neandertales presentes en el Homo sapiens en realidad son caracteres primitivos compartidos, simplemente procedentes de una antigua herencia evolutiva común.

          Hace ya más de treinta años Richard Leakey anotaba en su reconocida obra La formación de la humanidad (1981), respecto a la transición entre humanos modernos y neandertales, que "más que una sustitución de indígenas [los neandertales], lo que probablemente se produjo fue una asimilación mediante entrecruzamiento. El número de personas que se desplazaron a Eurasia y el Próximo Oriente pudo muy bien ser lo bastante grande, en comparación con la población neandertal residente, como para diluir muy considerablemente el efecto de los genes de neandertal. Ello explicaría la rápida desaparición de los rasgos característicos de los neandertales en el registro fósil. La gente actual de esta parte del mundo debería, por tanto, considerar probable que haya heredado por lo menos algunos genes neandertales".

          Christopher Stringer y Clive Gamble, autores de En busca de los neandertales (1993), reconocían entonces no tener la certidumbre de que los rasgos neandertales antes reseñados (prominencia mesofacial y moño occipital) identificasen realmente los frutos de un supuesto mestizaje, pero incluso suponiendo que así fuera, pensaban que tales casos constituirían más bien una excepción a la regla, y que el flujo génico de hibridación entre ambas poblaciones resultó de un calado mínimo. Los mismos autores manifiestan en idéntica obra que situar a los neandertales como una especie distinta depende de dónde se coloque el énfasis, bien en las diferencias anatómicas y etológicas entre ellos y nosotros o bien en los rasgos que nos son comunes, "aunque su patrón anatómico desaconseja su clasificación dentro de nuestra propia especie". Ahora bien, la no inclusión de un humano fósil en la categoría Homo sapiens a partir de su anatomía no implica necesariamente que el individuo fuera incapaz de cruzarse con humanos anatómicamente modernos. Especies biológicas estrechamente emparentadas son a menudo interfértiles, y su cruzamiento puede o no dar lugar a descendencia fértil. Los lazos entre neandertales y cromañones debían de ser muy estrechos, y tal vez no existiera barrera genética a un eventual cruzamiento. Seguramente las barreras que los mantenían como entidades separadas y específicas eran predominantemente de tipo conductual.

          José Luis Arsuaga (escéptico hoy ante lo "romántico e anecdótico" de una posible hibridación) e Ignacio Martínez, apuntaban en La especie elegida: la larga marcha de la evolución humana (1998) que "no conocemos fósiles de híbridos entre ellos [neandertales] y nuestros antepasados [cromañones]; por otro lado, los europeos actuales no portamos genes heredados de los neandertales. Ahora bien, el que hubiera poco intercambio de genes no quiere decir que fuera imposible, y ésta es la condición que impone el criterio genético de especie".

          En La otra humanidad. La Europa de los neandertales (2003), Luis G. Vega Toscano se apoya en ciertos análisis del paleoADN, clonados en distintos laboratorios, tras la recuperación del ejemplar original de la cueva de Feldhofer, publicado en 1997, y de un individuo infantil procedente del yacimiento de Mezmaiskaya, situado en el Cáucaso, publicado en 2000, para sugerir que la distancia genética de los neandertales respecto a las poblaciones humanas actuales evoca una separación de ambos linajes de al menos medio millón de años, de tal modo que excluye cualquier contribución genética de los neandertales a la formación del hombre moderno y, por tanto, neandertales y sapiens deben tratarse como especies distintas. Sin embargo, refiriéndose párrafos después a la compleja situación del encuentro entre neandertales y humanos modernos en el Próximo Oriente, reconoce numerosas hipótesis, aunque ninguna de ellas totalmente satisfactoria, siendo la más atractiva de ellas aquella que contempla hibridaciones de algún tipo, fruto de la coexistencia de sapiens y neandertales en la misma región durante milenios.

          Carles Lalueza Fox, autor de Genes de neandertal (2005), dedica un capítulo de su premiada obra a la posible hibridación entre neandertales y cromañones, refiriendo a los ejemplares de Lagar Velho 1, descubierto en 1999, o el neandertal del nivel chatelperroniense de Saint Césaire, que muestra un poco de mentón en su mandíbula y una naríz más estrecho de lo que es habitual en los neandertales menos tardíos. En el bando contrario, uno de los desaparecidos cráneos cromañones de Predmost presenta una nariz bastante prominente, y un cráneo de Mladeč muestra un occipital grande y redondeado. Ambos rasgos recuerdan a los cráneos neandertales, pero no son en absoluto definitorios; de hecho, el resto de los rasgos craneales corresponden plenamente a los de los humanos modernos. Jose Luis Arsuaga añade que "no hay nada en los cráneos de Mladeč que señale una relación con los neandertales, bien sea de descendencia directa, o bien de cruce entre ellos y los humanos modernos". Lalueza Fox concluye en la no certeza sobre el cruzamiento entre neandertales y cromañones, pero "si los hubo, éstos debieron ser claramente minoritarios y fallidos desde un punto de vista evolutivo".



La segunda parte de esta entrada se puede encontrar pinchando aquí.



domingo, 15 de abril de 2012

Sobre la cuerna del venado (Cervus elaphus): descorreo, escoda y desmogue...

           En estas fechas, primeras semanas de la primavera, ya se empiezan a encontrar cuernas de venado en los montes de Redes. Su búsqueda requiere una acertada combinación de experiencia y fortuna. Quien esto suscribe, aliado con la segunda más que con la primera, ya tuvo hace tres o cuatro años la ocasión de "tropezar" con una muy vistosa pareja de dieciséis puntas, aunque no tan espectacular como la que luce en el hostal El Mirador de Tanes, en Caso. Desde entonces, sólo una pieza de corzo (Capreolus capreolus) subiendo hacia Brañagallones, en La Cardosa.

          Curiosamente, la cuerna, protagonista absoluta en las afrentas entre venados durante la berrea (de la que se habló en una entrada anterior), es una característica propia de los cérvidos actuales, pues sus antepasados más remotos carecían de la misma y no fue hasta el Plioceno cuando aparecieron las cornamentas complejas y ramificadas que conocemos en la actualidad. La consecución de estas astas constituye un extraño caso evolutivo, ya que los ciervos las renuevan anualmente sin que el motivo haya sido resuelto satisfactoriamente hasta la fecha. 



 Cabeza de venado, atribuido a Velázquez, hacia 1634, oleo sobre lienzo, 62 x 52 cm, en el Museo del Prado, Madrid.

Imagen de gran calidad, frescura e inmediatez de la cabeza de un venado que por su naturalismo ha sido calificada
de “retrato” y que pudo haber sido pintada para decorar alguno de los Sitios Reales. Su tema, relacionado con la
caza, ha llevado a pensar que pudiera haber formado parte de la colección de pinturas realizadas para el pabellón
de caza conocido como Torre de la Parada.Esta obra fue adquirida en 1920 por don Fernando de Aragón y
Carrillo de Albornoz, marqués de Casa Torres, quien la donó al Museo del Prado en 1975.




          Las cuernas son, químicamente, protuberancias óseas macizas de origen dermo-epidérmico, con un 30-40% de matriz orgánica (fundamentalmente colágeno y otras proteínas), un 60-70% de fosfato cálcico, y otros minerales por debajo del 1% (Zn, Fe, Si, Mg, K y Na).

          Entre las propiedades mecánicas del hueso podemos diferenciar dos tipos: las que dependen de factores estructurales, y las que dependen de factores intrínsecos, que son los que están relacionados con la calidad mecánica del material. El rendimiento mecánico de la cuerna depende de factores como el grosor cortical, diámetro, y la mencionada calidad del material óseo. Pero factores como el clima, la edad, o la densidad poblacional pueden afectar también el grosor cortical, grado de mineralización del hueso, etc., que al ser modificados tienen un efecto directo con las propiedades mecánicas del hueso en su conjunto.

          Los machos, pero no las hembras, desarrollan a partir del primer año cuernas que renuevan anualmente, formadas por un tronco central que surge desde la roseta y se ramifica en puntas o candiles. En el ciervo adulto, pueden distinguirse de abajo hacia arriba los siguientes tipos de puntas (aunque no todas presentes en todos los ejemplares):
 
  • dos pares de luchaderas o, según algunos autores, un par de luchaderas, las primeras desde la roseta, y un par de contraluchaderas, justo a continuación,
  • un par de puntas centrales, 
  • finalmente, un número muy variable de puntas en la parte superior llamada corona.

          La primera cuerna comienza a crecer entre las primeras 36 y 40 semanas de vida, con un peso del animal próximo a los 70 kg. Se inicia a partir de la proliferación de cé­lulas localizadas en las crestas laterales del hueso frontal. Estas células se diferencian en osteoblastos, que dan lugar a la formación del pedículo. Una vez que éste ha alcanzado una longitud de 2,5 cm, sobre su extremo se produce el desarrollo de la cuerna. En esta transición de pedículo a cuerna se observa un cambio en el patrón de osificación, que pasa de intramembranosa a endocondral, ya que este tipo de osificación permite el rápido crecimiento de la cuerna, en la época en la que los andrógenos se encuentran en niveles basales y que en nuestra latitud es durante la primavera. Este período de crecimiento de la cuerna tiene una duración de entre 12 y 18 semanas.

          El crecimiento de la primera cuerna está influido en gran medida por la alimen­tación que reciben los animales, ya que existen unos pesos umbrales necesarios para cada uno de los principales acontecimientos del desarrollo de las varas. Esto confiere gran importancia a la fase de lactación, de manera que los machos que tienen una lactación más fa­vorable desarrollan varas de forma más precoz y de mayor calidad. Así, los animales con fecha de nacimiento más temprana reciben más can­tidad de leche y de mejor calidad, lo que permite suponer que los animales que nazcan más temprano serán los que desarrollen una cuerna de mayor tamaño.

          Las cuernas de los animales de un año suelen consistir en un par de varas no ramificadas, desde muy cortas hasta los 60 cm de longitud con una media de 40 cm, aunque pueden presentar ya varias puntas en algunos ejemplares. Al segundo año puede tener ya entre 6 y 12  puntas, y tiende a aumentar su tamaño y número de puntas en los años siguientes. En su máximo desarrollo, que sucede en torno a los 7 u 8 años, algunos ejemplares llegan a superar el metro de longitud y pueden tener un número de puntas total cercano a las 20. A partir de los 9 años, aproximadamente, la cuerna se produce cada año de menor tamaño, y especialmente con menor número de puntas.




  Cuerna de venado, atribuido a Velázquez y , hacia 1626, oleo sobre lienzo, 127 x 150 cm,
propiedad del Patrimonio Nacional y actualmente depositada en el Palacio de El Pardo.

Adquirida, sin atribución, al marqués de Salamanca por Isabel II, fue ya descrita en relación con Velázquez por Antonio Ponz,
cuando pertenecía al infante don Luis en el Palacio de Villaviciosa de Odón: «Por de Velázquez se estima un quadro que
hay un búho pintado y varias cabezas de caza muerta». La hipótesis, recogida por A. E. Pérez Sánchez, supone que
sobre la cuerna original de Velázquez se habría procedido a una amplia restauración para recuperar las partes dañadas,
añadiendo el búho real y las cabezas restantes para enriquecer la composición, añadidos que no serían tampoco
desdeñables pues habrían sido realizados quizá por Juan García de Miranda o algún otro pintor conocedor de la
pintura seiscentista, correspondiendo a Velázquez únicamente el papel blanco, la piedra en que se apoya y la propia
cuerna sobre un fondo liso de tonalidad castaño-verdoso sobre el que se proyecta la sombra de las astas.




          Las cuernas crecen recubiertas de una piel vascularizada y sedosa denominada terciopelo o borra que, aproximadamente en julio, cuando la cuerna alcanza su mayor tamaño, queda sin irrigación sanguínea y muere a causa de la concentración creciente de testosterona que induce la mineralización de la cuerna, el cese de su crecimiento y su pérdida, siendo este último proceso conocido como descorreo.

          El animal procede entonces con la escoda, o escodado, que cosiste en el frotamiento impulsivo de la cuerna contra tallos y ramas leñosas de poco grosor con el resultado habitual de una pérdida de corteza y la mayor o menor destrucción de los tejidos conductores en una parte variable del eje vegetal afectado. La razón de esta actividad no es otra que la necesidad de provocar el desprendimiento del epitelio velloso que cubre la cuerna durante su desarrollo una vez que éste se ha completado. Liberada la cuerna de su recubrimiento sedoso, esta presenta un color blanco que con el tiempo se torna en marrón.

          A partir de mediados de marzo se produce el desmogue, o caída de la cuerna, y a partir de ese momento, durante los cuatro meses sucesivos, se desarrolla la nueva cuerna siendo a partir de julio cuando alcanza sus mayores dimensiones, entre 70 y 90 cm de modo común. Recuérdese que en el mundo animal la cuerna es el tejido óseo de más rápido crecimiento, alcanzando un crecimiento diario de entre los 2 y 4 cm, y llegando a constituir del 1 al 5% del peso corporal de un ciervo.

          Desde un punto de vista metabólico, el sucesivo desarrollo, descorreo, escoda y desmogue de las cuernas constituye un claro despilfarro energético y nutricional, situación infrecuente en el reino animal, ya que, tras el desmogue, y durante los cuatro o cinco meses siguientes en los que esta vuelve a desarrollarse, los ciervos no solamente hacen uso de los minerales y proteínas que pueden ser ingeridos por medio de la comida sino que el propio animal debe descalcificar su esqueleto para aportar los minerales que precisa, ya que su dieta cubre sólamente del 25 al 40% (en casos excepcionales) de las necesidades de calcio.

          El crecimiento corporal y desarrollo de las cuernas de los venados está fuertemente relacionado con las condiciones ambientales y con la densidad poblacional, por lo que el tamaño y el peso corporal son caracteres altamente variables entre poblaciones y más en los machos que en las hembras presentando dimorfismo sexual. La dieta condiciona la composición mineral de la cuerna y el estado de hidratación de esta afecta a sus propiedades mecánicas, de modo que la cuerna se reseca durante el periodo de las peleas entre machos, lo que le permite absorber mejor los golpes y dificulta su rotura. Las cuernas de los machos pueden indicar su calidad o el estrés sufrido durante su desarrollo anual, lo que podría reflejarse en la asimetría entre éstas. Aunque con excepciones, los machos más grandes tienen cuernas no sólo más grandes sino también más simétricas.

          Hasta no hace mucho se consideraba la cuerna de los machos únicamente como arma, por la ventaja que pudiera representar a la hora de pelear con un rival de su misma especie por la defensa de un harén de hembras, pero estudios recientes han probado que tiene además función de señalización para las hembras, a las que ofrece importante información sobre la fertilidad del macho. El tamaño relativo de las cuernas y su complejidad se asocia con el tamaño relativo testicular y la velocidad de los espermatozoides. Por tanto, las cuernas de los machos pueden indicar no sólo su capacidad de lucha sino también su fertilidad. La composición genética también afecta a la cuerna. Se ha comprobado que las cuernas más pequeñas se dan en individuos más homocigotos.

        



Sobre la caza, extinción y reintroducción (pinchar aquí).
Sobre la berrea y la reproducción del venado (pinchar aquí).

sábado, 14 de abril de 2012

De'l orpín que llimpia la porquería dafechu...


Travis, "Toma de Tierra"

Travis, voy a llevate a que
conozcas a mio güela,
onde'l orpín sí que llimpia
la porquería dafechu...

Pablo Texón Castañón,
poeta alleranu, nacíu en Felechosa.





domingo, 8 de abril de 2012

Senderos a la modernidad: la colección Gerstenmaier en el Palacio Revillagigedo de Gijón (3 de 3)

          Hoy es el último día para poder contemplar la magnífica y nutrida exposición "Senderos a la modernidad: Pintura española de los siglos XIX y XX", en visita a nuestra ciudad desde el pasado 20 de enero, con parada en el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo. Esta es la tercera entrada que cierra la serie que he dedicado a la colección del empresario alemán Hans Rudolf Gerstenmaier, coleccionista de pintura afincado desde hace tiempo en nuestro país. En las dos anteriores (aquí la primera y aquí la segunda), se hicieron reseñas de otros ocho autores en relación a sus correspondientes obras.

           Gerstenmaier, como los grandes coleccionistas de antaño, empezó a coleccionar buscando lo bello, es decir, priorizaba su gusto personal por encima de otras consideraciones. Con el paso del tiempo, su colección se ha convertido en una de las más interesantes e importantes del panorama español. En treinta años ha conseguido reunir más de ciento cincuenta pinturas europeas de diversas escuelas y procedencias, destacando principalmente la pintura flamenca, de la que también itinera otra exposición que bien podría recalar en nuestra ciudad dentro de algún tiempo.

          Quizá uno de los grandes méritos de este singular y apasionado coleccionista es que la mayoría de sus obras han sido adquiridas en casas de subastas, galerías y anticuarios, circunstancia que le ha permitido recuperar piezas que se encontraban en el olvido y, sobre todo, lo que es más importante, evitar que algunas de estas obras saliesen de nuestro país para formar parte de museos y colecciones internacionales.
          



Angustias con mantilla blanca y abanico, de Ignacio Zuloaga Zabaleta (Eibar, 1870- Madrid, 1945), óleo sobre lienzo, 73x93 cm.




Tarjetero de mi estudio, de Francisco Pradilla Ortíz (Villanueva de Gallego, 1848- Madrid, 1921), óleo sobre lienzo, 61x103 cm.




Plaza de Bilbao en 1892, de Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857- Barcelona, 1913), óleo sobre lienzo, 34x43 cm.




Torero, de Daniel Vázquez Díaz (Huelva, 1882- Madrid, 1969), óleo sobre lienzo, 64x94 cm.



lunes, 2 de abril de 2012

Sobre William Burrell y la Burrell Collection, en Glasgow…

          De mi última y fría estancia en Glasgow (casi diez grados bajo cero) me quedo con la visita a la Burrell Collection, a la que se llega en autobús urbano en media hora desde el centro de la capital escocesa. Aunque este no te deja al pie del edificio que alberga la colección, una caminata de algo más de un kilómetro te situa en la entrada principal.

          La colección Burrell, donada a la ciudad de Glasgow en 1944 por Sir William Burrell y su esposa Constance, Lady Burrell, reune unas 9.000 obras de arte de antiguas civilizaciones (Iraq e Irán, Egipto, Grecia y Roma), arte oriental (cerámicas, jades, bronces y muebles chinos, grabados japoneses, bordados de Asia Central, cerámicas y alfombras de Oriente Próximo), artes decorativas (plata, armas y armaduras, cerámicas europeas, vidrio, costura, etc...), pintura (siglo XV, escuelas británica y alemana de los siglos XVII a XIX, escuela de The Hague entre 1860 y 1890, pintura francesa desde el siglo XVI hasta el impresionismo, y una nutrida colección de dibujos y grabados) y escultura (principalmente bronces de los siglos XIX y XX).



 The prancing grey horse, Théodore Géricault, 1812.



          Sir William Burrell (1861-1958) fue un próspero agente marítimo en Glasgow. A la edad de 14 años empezó a trabajar en la empresa de la familia, Burrell & Sons. En 1885, a la temprana muerte de su padre, William y su hermano mayor, George, se encargaron de la gerencia de la empresa familiar. Bajo la astuta e imaginativa dirección de amobs, Burrell & Sons se expandió rápidamente hasta alcanzar una importante posición internacional. En 1918 los hermanos decidieron vender casi toda la flota de navíos Burrell, y William Burrell invirtió su parte de las ganancias perspicazmente dedicando el resto de su larga vida a reunir la mayor parte de su colección de arte. 

          El interés de William Burrell en el arte empezó cuando era adolescente y hacia 1900 ya era un coleccionista respetado e importante. La forma general de su colección fue gestada en ese tiempo, con arte europeo medieval, cerámicas y bronces orientales, y todas las representaciones de las pinturas europeas. Solamente las antiguas civilizaciones fueron añadidas relativamente tarde en la carrera de coleccionista de Burrell. Desde 1911 tomó notas de forma meticulosa, y estas notas, en una serie de cuadernos escolares, son una valiosa fuente de información hoy día. Burrell nunca quiso pagar más de lo que realmente valía una pieza, a su juicio, pero invirtió bastante, comparativamente, en comprar cuadros y tapices. Ayudado por algunos intermediarios artísticos de confianza, el propio y excelente juicio de Burrell, así como su increíble memoria, le permitieron formar una importante colección en casi todas las áreas de su interés.

            Burrell empezó a coleccionar por su propio gusto, pero hacia 1930 ya había decidido donar su colección al patrimonio público. En 1944, Sir William y Lady Burrell firmaron la escritura de donación a la ciudad de Glasgow, el lugar de su nacimiento y el centro de las actividades comerciales de ambas familias. Burrell especificó que la colección fuese custodiada en un edificio a dieciséis millas del centro de Glasgow, ya que un sitio rural sería más ventajoso para mostrar las obras de arte y estas no sufrirían, especialmente los tapices, los efectos dañinos provocados por los altos niveles de polución del aire de Glasgow. Por desgracia, no se había encontrado ningún sitio adecuado en la fecha de fallecimiento de Burrell, en 1958. En 1967, en otro gesto de altruismo, la Sra Anne Maxwell Macdonald y su familia donaron a la ciudad de Glasgow la casa de Pollok House, con su excelente colección de cuadros españoles, más 144 hectáreas de terreno. Aunque estaba dentro de los límites de la ciudad, se acordó de forma general que la finca Pollok ofrecía una oportunidad inmejorable como escenario rural.

            El edificio que hoy alberga la colección Burrell se encuentra en una esquina de la finca Pollok y resultó ganador en una competición arquitectónica bajo la firma de los arquitectos Barry Gasson, John Meunir y Brit Andreson. Su construcción fue financiada por el ayuntamiento de Glasgow y por el gobierno escocés, y abrió sus puertas al público en 1983.



The charity of a beggar at ornans, Gustave Courbet, 1868.




Le château de médan, Paul Cézanne, c. 1880.



The thinker, Auguste Rodin, 1880-81.




 Figura china en policromía de Luohan, dinastía Ming,
periodo Chenghua (1465-1487), fechada en 1484.

domingo, 1 de abril de 2012

Sobre pasiones bibliotecarias, donde se guardan los libros...

          Escudriño los anaqueles atiborrados de volúmenes (tengo, falta, falta, tengo) fotografiados en las páginas de Donde se guardan los libros (Siruela), la última incursión de Jesús Marchamalo por las bibliotecas de notables escritores vivos, mientras me pregunto cómo sería esta obra si se escribiera y publicara dentro de medio siglo, cuando las tecnologías de la lectura hayan reducido el libro analógico a objeto de semilujo, como una especie de excepción a la (entonces más que probable) regla digital. Incluso ahora, lejos todavía de ese escenario, y cuando la mayoría de sus propietarios no dispone de tabletas lectoras, esas cercanas bibliotecas de amigos y conocidos ya tienen algo de pleistocénicas, como de vitrinas de anticuario repletas de atrabiliarios artefactos, como de barracas de feria en que se exhibe un saber remoto, lento y obstinado, quizá redundante, en todo caso desmesurado e inabarcable.



Estanterías de la biblioteca local, acuarela monocromo, por Jessica Siemens.




José Gaos decía que una biblioteca personal no era, en realidad, más que un proyecto de lectura, una declaración de intenciones acerca de todo lo que su propietario pensaba leer o releer o revisitar en el resto de su vida. Dejémonos de malentendidos: en toda biblioteca privada que merezca ese nombre hay -y debe haber- muchos, muchísimos más libros de los que su propietario leerá a lo largo de su existencia. Si uno no adquiriera el siguiente hasta haber terminado el anterior, la industria editorial habría desaparecido hace unos cien años, justo cuando comenzó a despegar como negocio digno de tal nombre: como todas las que fabrican bienes culturales, la de los libros también subsiste merced a los frecuentes caprichos ("impulsos" lo llaman los mercadotécnicos) y reiterados autoengaños de sus consumidores.

Por lo demás, cualquier biblioteca individual suficientemente poblada alberga tantos vestigios de la biografía de su dueño como restos prehistóricos los estratos de la garganta de Olduvai. En los anaqueles más inaccesibles (o en la polvorienta fila interior) de la que serpentea por las paredes de mi casa, por ejemplo, podrían encontrarse desde novelas ilustradas de Salgari y tebeos de Mandrake el Mago, obsequiados por mis padres en lejanísimas convalecencias de tos y jarabe, hasta marxismos-leninismos (y anarquismos, y reiterados volúmenes sobre drogas liberadoras, técnicas sexuales "modernas" y demás kamasutras, antipsiquiatría, cancioneros de Janis Joplin y tomos encuadernados de Film Ideal) subrayados o anotados con la pasión intransigente del converso que cree que, por fin, entiende de qué va el mundo.

Almacenar libros puede ser también (pero uno nunca lo sabe hasta más tarde) una pasión autobiográfica, la lenta construcción de una abultada crónica de lo que uno ha sido y de lo que uno quería ser. En cierto sentido, una historia intelectual de su curiosidad. Por eso se hace tan difícil el expurgo, la poda, el desbroce: los cada vez más meritorios (y precarios) bibliotecarios profesionales, que en las dos últimas décadas se han enfrentado a profundos cambios en su entorno laboral y en la concepción misma de su admirable oficio, utilizan metáforas agrícolas o jardineras (weeding, en inglés, désherbage, en francés) para designar eufemísticamente la tremenda operación de suprimir libros con objeto de dar espacio a los recién llegados. Algo diferente, en todo caso, a lo que les sucede a los propietarios de las bibliotecas inventariadas por el minucioso inspector Marchamalo, para los que, seguramente, resulta más sencillo e incruento desprenderse de lo más nuevo, de lo que aún no está enraizado en su biografía sentimental y profesional. Llega un momento en que uno comprende no solo que el saber ocupa lugar, sino también que hay saberes que ya no interesan y otros que sí, pero que no pueden caber en ningún libro, porque son de algún modo intransferibles y, quizá, inefables. Sucede cuando uno se va haciendo mayor y contempla su biblioteca con la misma perplejidad que un arquitecto el edificio que un día esbozó en una servilleta de papel.


Manuel Rodríguez Rivero es escritor, editor, crítico y ensayista. Ha trabajado, entre otras, en las editoriales Alfaguara, Espasa Calpe y Punto de Lectura, y como columnista ha colaborado en más de treinta publicaciones. En la actualidad publica dos columnas semanales en el diario El País, «Ídolos de la Cueva» y «Sillón de orejas» (en el suplemento literario Babelia). Ha recibido el Premio del Gremio de Editores de Madrid y el Atlàntida del Gremi d´Editors de Catalunya. También es director literario de la editorial Viamonte.