viernes, 27 de julio de 2012

Sobre la extinción de las especies, Leakey, Lewin, los hermanos Ehrlinch y el dodo de la isla Mauricio...

Antes de leer Extinction: The causes and consequences of the disappearance of species, de los hermanos Anne y Paul Ehrlinch,  y La sexta extinción: El futuro de la vida y de la humanidad, coescrita por Richard Leakey y Roger Lewin, libros que esperan pacientes su turno para este verano, 31 y 17 años respectivamente después de sus ediciones originales, reflexiono sobre lo observado durante muchos años al respecto de la biodiversidad y sobre lo que algunos de mis ocasionales interlocutores suelen responder a la evidencia de la extinción de las especies, mostrando lo que me permito catalogar como las tres fases de la negación, expresión que tomo prestada del entomólogo Edward O. Wilson. Nos encontramos en un mundo en el que las especies se están extinguiendo a un ritmo mayor del que permite su sustitución mediante procesos naturales y, realmente, nadie puede predecir a donde conduce esta situación, pero el empobrecimiento de la naturaleza implica que a esta cada vez le cuesta más trabajo ofrecernos servicios gratuitos a los que estamos acostumbrados, como la depuración del aire y el agua, los alimentos, el reciclaje de desperdicios, la protección de las cosechas frente a las plagas, la nutrición de los suelos o, por ejemplo, la belleza de los pájaros y las mariposas…




La reconstitution du dodo par l'atelier du professeur Émile Oustalet (1903), oleo sobre tabla por Henry Coeylas.
Detalle de la pintura expuesta en el Muséum National d’Histoire Naturelle de París.



La primera fase de la negación es sencilla: ¿por qué preocuparse? La extinción es natural y las especies han estado extinguiéndose durante más de 3.000 millones de años de la historia de la vida sin que ello haya supuesto un daño permanente para la biosfera. La extinción siempre ha sustituido a las especies extintas con otras nuevas.

Todas estas afirmaciones son ciertas, pero con una terrible peculiaridad. Después del espasmo del Mesozoico, y después de cada una de las cuatro convulsiones previas espaciadas a los largo de los 350 millones de años anteriores, la evolución necesitó unos 10 millones de años para restaurar los niveles de biodiversidad previos al desastre. Ante un tiempo de espera tan largo, y conscientes de que infligimos tanto daño a lo largo de una sola vida, nuestros descendientes podrán sentirse, por decirlo de algún modo, resentidos.

Entrando en la segunda fase de la negación, la gente suele preguntar: ¿y por qué necesitamos tantas especies? ¿Por qué preocuparse, puesto que la gran mayoría son bichos, malas hierbas y hongos? Es fácil desechar a los bichejos rastreros y molestos del mundo, olvidando que hace menos de un siglo, antes del auge actual del movimiento conservacionista, las aves y los mamíferos nativos en todo el mundo eran tratados con la misma negligente indiferencia. Ahora, el valor de los pequeños seres en el mundo natural se ha constatado de manera convincente. Recientes estudios experimentales de ecosistemas completos apoyan lo que los ecólogos veníamos sospechando tiempo atrás: cuantas más especies viven en un ecosistema, mayor es su productividad y mayor es su capacidad de soportar la sequía y otros tipos de estrés ambiental. Puesto que dependemos de ecosistemas funcionales para limpiar el agua, enriquecer el suelo y crear el aire mismo que respiramos, la biodiversidad es claramente algo que no se puede desechar tan a la ligera.

Cada especie es una obra maestra de la evolución y ofrece una enorme cantidad de conocimiento científico útil por estar tan completamente adaptada al ambiente en el que vive. Las especies que viven hoy tienen millones de años de antigüedad. Sus genes, al haber estado probados por la adversidad después de tantísimas generaciones, manipulan un conjunto asombrosamente complejo de dispositivos bioquímicos que ayudan a la supervivencia y la reproducción de los organismos que los poseen.

Esta es la razón por la que, además de crear un ambiente habitable para la humanidad, las especies salvajes son el origen de productos que ayudan a mejorar nuestra vida, por ejemplo los productos farmacéuticos, de los que más de un 40% se elaboran de sustancias extraídas originalmente de plantas, animales, hongos y microrganismos. La aspirina, el medicamente más utilizado en el mundo, se extrajo del ácido salicílico, que a su vez se descubrió en una especie de reina de los prados. Pero sólo una fracción de las especies (probablemente inferior al 1%) ha sido analizada en la búsqueda de elementos naturales que pudiesen servir como medicinas. Existe una necesidad crítica y apremiante de encontrar nuevos antibióticos y agentes contra la malaria. Las sustancias que se usan más comúnmente en la actualidad se vuelven cada vez más ineficaces a medida que los organismos causantes de las enfermedades adquieren resistencia genética frente a ellas. Por ejemplo, una bacteria universal, el estafilococo, ha reaparecido recientemente como un agente potencialmente patógeno, y el microrganismo que produce la neumonía se está haciendo progresivamente más peligroso. Los investigadores médicos están inmersos en una especie de carrera armamentística contra los patógenos que evolucionan con tanta rapidez. Están obligados a enfocar su trabajo hacia un conjunto mayor de especies naturales con el fin de adquirir nuevas armas médicas para este siglo que acaba de comenzar.

Aun cuando se esté conforme con todo esto, surge la tercera fase de la negativa: ¿por qué apresurarse a salvar todas las especies precisamente ahora? ¿por qué no mantener ejemplares vivos en zoológicos y jardines botánicos para devolverlos posteriormente a la naturaleza? La cruda realidad es que en la actualidad los zoológicos del mundo pueden albergar un máximo de sólo dos mil especies de mamíferos, aves, reptiles y anfibios de un total de veinticuatro mil que se sabe que existen. Los jardines botánicos mundiales estarían aun más hacinados por el cuarto de millón de especies de plantas. Estos refugios son más que valiosos para ayudar a salvar unas pocas especies en peligro, y lo mismo puede decirse de congelar embriones en nitrógeno líquido, pero tales medidas no resuelven el problema en su conjunto. Además, aun no se conoce un refugio seguro para las legiones de insectos, hongos y otros pequeños organismos que son igualmente vitales.

Aun en el caso de que todo esto fuese posible y los científicos se preparasen para devolver la independencia a las especies, los ecosistemas en los que muchas vivieron ya no existirían. La tierra pelada no es suficiente. ¿Pueden reconstituirse los ecosistemas abandonados simplemente reagrupando todas sus especies juntas? Esta utopía es imposible en la actualidad, y no parece que esto vaya a cambiar en un futuro próximo. El orden de dificultad es comparable al de crear una célula viva partiendo de moléculas, o un organismo a partir de células vivas.

Será cuando finalice la lectura de las dos obras al inicio mencionadas que anotaré otras ideas, nuevas o complementarias de estas.

1 comentario:

  1. la extincion de una especie no es lo mas grave, lo grave es el caos que causa en el equilibrio entre el resto de las especies de su mismo entorno(y ese desequilibrio llega mucho antes de llegar a extinguirse). Me explkico, si en una mesa se te da;a una pata sigues teniendo 3 patas....pero ya las otras patas estan mas o menos condenadas y aun en el caso de que no se caiga la mesa ya tendra muchas mas posibilidades de hacerlo.
    somos tontos

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